Comentario
A finales de 1940 la situación comenzó a ser altamente inquietante en Gran Bretaña, que debía recibir diariamente 50.000 toneladas de víveres y vio cómo el suministro se recortaba en un 20 por ciento. Efectivamente, las cifras son elocuentes: a lo largo de 1940 el Reino Unido y el Canadá habían perdido 1059 barcos, con un registro bruto de 3.978.000 toneladas, por obra de los submarinos (2.186.074 toneladas), Luftwaffe ( 580.074 toneladas), Minas (517.000 toneladas) o buques de superficie y otras causas (694.000 toneladas).
Pero los daños eran bastante mayores: muchos buques se salvaron del hundimiento, pero hubieron de lanzar su carga al mar para lograr salvar el barco; otros alcanzaron a duras penas un puerto en las islas, con las bodegas inundadas y las mercancías destruídas. En febrero de 1941 había en los astilleros británicos 2.600.000 toneladas de buques en espera de reparación, esto es, la capacidad anual de tales astilleros.
Estas instalaciones fueron bastante visitadas por la aviación alemana en la primavera de 1941. Los días 13 y 14 de marzo fueron tremendamente bombardeadas Glasgow y Greenock; parte de sus astilleros permanecieron cerrados hasta 3 y 6 meses y algunos barcos que estaban en reparación hubieron de ser desguazados tras los bombardeos. Peor fue el caso de Liverpool y otros puertos del Mersey atacados por la Luftwaffe entre el 1 y el 7 de mayo. Más de 3.000 personas murieron bajo las bombas; la mitad de las plazas de amarre de aquellos puertos quedaron inutilizadas durante meses; las actividades portuarias descendieron a un 25 por ciento hasta el verano y la mitad de los astilleros sufrieron desperfectos notables.
La situación británica comenzó a ser casi desesperada. En esos primeros cinco meses del año habían perdido más de dos millones y medio de toneladas de buques, superando algunos meses la alarmante cifra de 700.000 toneladas. Efectivamente, la cantidad era aterradora, pero no definitiva. Estimaban los alemanes que Gran Bretaña disponía al comienzo de la guerra de unos 20 millones de toneladas de buques y que de sus astilleros salían 1,6 millones de toneladas de barcos al año. Por tanto, susponían que su acoso surtiría efecto si lograban destruir un promedio mensual de 750.000 toneladas de mercantes durante un año, esto es, Londres debería tirar la toalla si se le destruían 9 millones de toneladas en un año, reduciendo su flota mercante a poco más de la mitad y limitando sus suministros a un 50 por ciento.
Resulta evidente que las cifras eran lejanas a los deseos de Berlín, pero desastrosas para los intereses de Londres, que ya a mediados de 1940 tenía que pedir auxilio urgente al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. Aunque está claro que éste no esquivaba la implicación de su país en la guerra, también es sabido que aún no había en Norteamérica el clima apropiado para ir a la guerra. Por tanto Roosevelt terminó entregando 50 destructores, de 1.092 toneladas, todos ellos provenientes de la primera guerra mundial, a cambio de bases en las Antillas, Bahamas, Bermudas, Guyana y -con el visto bueno canadiense-, en Terranova.
Tales buques, modernizados y equipados con asdic y radar entraron mayoritariamente en servicio a comienzos de 1941. En ese primer tercio del tercer año de guerra, Londres comenzó a equipar también a todos sus buques militares, incluso los pequeños, con estos grandes avances en la detección. Los frutos no se harían esperar, a poco a dar sus frutos, tanto que las cifras de bajas descendieron considerablemente en la marina mercante británica durante el segundo semestre, a pesar de que Doenitz tuvo muchos más buques en el mar.
Así en el primer tercio del año, aunque los alemanes lograron grandes cacerías, también lamentaron muchas bajas entre sus mejores submarinos. En ese primer trimestre perdió Doenitz el U-47 (teniente de navío Günther Prien, 28 buques hundidos, con 160.900 toneladas), al U-100 (teniente de navío Joackim Schepke, 39 victorias con 159.130 toneladas), al U-99 (Otto Kretschmer, también teniente de navío y récord entre los submarinistas alemanes: 44 hundimientos con 266.600 toneladas). Total 91 sumergibles, de los que sólo 55 combatían a las órdenes de Doenitz contra el tráfico marítimo de Gran Bretaña.
Las medidas adoptadas por sir Percy Noble, que se hizo cargo en enero de 1941 de la seguridad de los convoyes, comenzaron con pocos resultados. La más que discutible distribución de los "tiburones" alemanes fue una de las causas de las menores pérdidas británicas, pero no la única: convoyes mejor protegidos, vigilancia aérea de las rutas marítimas, buques de escolta mejor adiestrados para la caza submarina y, sobre todo, con medios de detección cada día más poderosos. Los submarinos alemanes, que perdieron 35 unidades, a lo largo de 1941 debían operar cada vez con mayores cautelas de modo que en el segundo semestre de 1941 sólo lograron 720.000 toneladas de hundimientos.
Resumiendo el balance de 1941, los alemanes destruyeron o capturaron 1299 buques con un registro bruto de 4.328.558 toneladas, a cargo de submarinos (432 barcos, 2.171,754 toneladas), Luftwafe (371 barcos, 1.017.422 toneladas), buques de superficie (84 barcos, 428.350 toneladas) y minas y varios (412 barcos, 711.032 toneladas)
En definitiva, Hitler había logrado destruir cerca del 15 por ciento de la flota mercante británica, menos de la mitad de lo que se juzgaba imprescindible para sentar al Reino Unido en la mesa de negociaciones. Pero vistas las cifras y las circunstancias hay que preguntarse de nuevo qué hubiese ocurrido si los programas de construcción de submarinos se hubieran respetado y, sobre todo, que hubiera pasado si Alemania hubiese vuelto toda su potencia industrial aplicada a la aviación contra el tráfico británico: las cifras de hundimientos son impresionantes y fueron logradas con muy escasos medios... Preguntas sin respuesta, porque el 22 de junio de 1941 Hitler atacó a la URSS.
Y, sobre todo, vana especulación porque las cosas fueron como fueron y porque el 7 de diciembre de ese año Japón atacó a los Estados Unidos en Pearl Harbor y el coloso americano entró en guerra junto a Gran Bretaña. Si antes aún había alguna esperanza para Raeder y Doenitz de estrangular los suministros del Reino Unido, a partir de ese día se consumió la última posibilidad: Washington puso en la balanza la inmensa capacidad productiva de sus astilleros: 6 millones de toneladas al año, cifra susceptible de ser incrementada. La guerra en el mar estaba decidida, pero la lucha sería larga y terrible.